Las
mentiras de Occidente
Heinz
Dieterich Steffan
Nueva
Radio
Las
mentiras de los medios de comunicación
del Primer Mundo y de sus funcionarios gubernamentales, sobre la guerra
contra Afganistán son asombrosas. Confiando en la "corta" memoria de
los ciudadanos y su escaso nivel teórico, los heraldos de la prensa
libre y democracia occidental no escatiman falsedades ni engaños para
manipular a la opinión pública mundial.
Entre esas mentiras se encuentra la creciente
campaña que trata de vincular a los Talibán con el narcotráfico. La
verdad es esta: después de la invasión soviética a Afganistán en 1979,
la Central de Inteligencia (CIA) estadounidense y su contraparte pakistaní,
el Inter Servicios de Inteligencia (ISI), establecieron una extensa
red de laboratorios de heroína en las zonas fronterizas de Afganistán
y Pakistán, para financiar la guerra contra la URSS. El opio procesado
en esos laboratorios provenía de los campesinos que fueron obligados
por los guerrilleros afganos (mujahedines) a cultivar la planta como
"impuesto revolucionario". Dentro de dos años de la llegada de la CIA,
esas zonas se convirtieron en la región más grande de producción de
heroína en el mundo y en el principal proveedor de la droga que se consumía
en las calles de Estados Unidos. El impacto sobre la salud pública de
la región fue desastroso. El número de adictos a la heroína creció tan
sólo en Pakistán de prácticamente cero en 1979, a 1.5 millones en 1985.
Cuando los Talibán llegaron al poder en 1995, la práctica del cultivo
de opio seguía con tal magnitud que Afganistán produjo en 1999 el 75
por ciento del opio mundial y en el año 2000, el 70 por ciento. Sin
embargo, en el año en curso, los Talibán prohibieron los cultivos y
esa medida redujo el volumen mundial, según fuentes de la ONU, en un
sesenta por ciento. Pero, mientras los Talibán reprimieron los cultivos,
la Alianza del Norte ---el aliado principal de Washington y del Primer
Mundo en la guerra contra los Talibán--- incrementó su producción, cosechando
entre 120 y 150 toneladas anuales, equivalentes a un valor de 30 a 50
millones de dólares. Es decir, en la actualidad, los narcoproductores
y narcotraficantes en Afganistán no se encuentran entre las filas del
Talibán, sino luchan juntos con George Bush II, Tony Blair y Gerhard
Schroeder contra Kabul.
Una segunda quimera es la del temible aparato militar de los Talibán
y de la guerra que Occidente está librando. En Afganistán no hay una
guerra, es decir un conflicto bélico entre las fuerzas armadas de dos
Estados soberanos, sino la matanza de los miembros de una milicia autóctona
tribal por los ejércitos profesionales más poderosos de la historia.
Es la típica matanza colonial, tal como hicieron los europeos en su
invasión al hemisferio occidental en 1492 y en las conquistas de Africa
y Asia, en la cual la muy superior tecnología militar de Occidente se
expresa en sangrientas expediciones de castigo y sometimiento, más no
en guerras. De ahí, que cuando el comandante del Estado Mayor estadounidense,
cubierto de condecoraciones de su heroica carrera militar, se presenta
el tercer día de la agresión en una conferencia de prensa para declarar
con voz solemne y orgullosa que Estados Unidos ha "conquistado la superioridad
aérea" sobre Afganistán, uno no sabe si reír o llorar ante esta farsa
propagandística del Pentágono.
Otro mito de los arquitectos de la guerra se refiere a la destrucción
de los campamentos del movimiento de bin Laden en Afganistán como uno
de los objetivos centrales de los bombardeos. Cuando la CIA y el ISI
crearon la infraestructura para el entrenamiento de los mujahedines
anti-soviéticos no pudieron hacerlo dentro de Afganistán, porque estaba
ocupado por el Ejército Rojo. Ambos servicios secretos entrenaron más
de cien mil guerrilleros de cuarenta países durante la guerra y la mera
dimensión de la tarea hubiera hecho imposible realizarla bajo los satélites
espías y aviones de reconocimiento de la URSS. Los campamentos se establecieron,
por lo tanto, en la retaguardia de la guerra, donde eran intocables
para los soviéticos, es decir, en Pakistán. Esto explica, porque Washington
no ha podido destruir más de siete campos de entrenamiento abandonados
en Afganistán, porque la abrumadora mayoría, más de cien, se encuentran
en Pakistán. Sin embargo, este fundamental hecho no encuentra cabida
en las Pravdas occidentales.
Como tampoco encuentra cabida el hecho de que el Talibán es una criatura
generada por Washington y Pakistán. Cuando la invasión soviética, Washington
decidió que el entrenamiento militar de fuerzas islámicas y su conversión
en guerreros del Yihad podía ser el vehículo definitivo para destruir
a la Unión Soviética. Después de la retirada del Ejército Rojo, esos
guerrilleros integristas entrarían en las repúblicas de Asia Central
---y, también en las regiones islámicas de China--- para terminar con
el "comunismo". Después de la retirada soviética en 1989, diferentes
fuerzas afganas lucharon por el poder, hasta que en 1995 los Talibán
conquistaron Kabul. Y, ¿cómo fue posible, que un movimiento universitario
de estudiantes religiosos (Talibán) conquistaran casi un país entero?
Sencillamente, porque Pakistán, en connivencia con Washington, instaló
su propio gobierno títere en Afganistán. En palabras de Benazir Bhutto,
Primera Ministra de Pakistán de 1993 a 1996: "Los Talibán se levantaron
y nosotros los abrazamos porque los vimos como un vehículo para satisfacer
nuestros propios intereses económicos en Asia Central. Los Talibán dependían
de nuestra benevolencia..."
Otro sainete de la mercadotecnia política estadounidense es el topos
de que Washington quiere establecer la democracia en Afganistán. Washington
es la principal potencia destructora de la democracia en el Tercer Mundo
y Afganistán no es la excepción. Durante muchos años, Estados Unidos
no hizo nada para combatir a la dictadura de los Talibán que de manera
criminal reprimía los derechos humanos de las mujeres y de todo disidente,
producía heroína y destruía el patrimonio cultural budhista de la humanidad
en ese país. Así mismo, su principal aliado asiático en la guerra es
la dictadura militar del general Musharraf, en Pakistán. Las repúblicas
centro-asiáticas, a su vez, son gobernadas por la vieja nomenclatura
corrupta del socialismo realmente existente, junto con el crimen organizado
y las transnacionales del petróleo y del gas natural. Y lo mismo es
válido para Rusia.
En Medio Oriente, Washington es el aliado incondicional de Israel, cuyo
gobierno practica sistemáticamente desde hace medio siglo casi todas
las formas del terrorismo de Estado. En Kuwait, después de la retirada
de las fuerzas iraquíes la Casa Blanca no instaló la democracia, sino
restableció la corrupta dinastía real en el poder. Y cuando estuvo en
condiciones de retirar el criminal régimen de Saddam Husseín ---otro
aliado íntimo desde hace mucho tiempo- del poder, para permitir la autodeterminación
y la democracia a su pueblo y a los kurdos, lo mantuvo incólume para
proteger sus intereses económicos y políticos en la región. Arabia Saudita
y los demás reinados mercantil-feudales de la región consideran a la
democracia y los derechos humanos manifestaciones del libertinaje occidental
que tienen que ser reprimidos. En Egipto, la dictadura de Hosni Musbarak
gana las elecciones libres con el 98 por ciento de los votos populares
y la dictadura militar en Argelia ni pierde su tiempo con fachadas democráticas.
En el concierto de mentiras no podía faltar el supuesto carácter humanístico
de la intervención. Para enfatizarlo, Estados Unidos tiró 37 mil 500
raciones de "ayuda humanitaria" desde aviones en misión nocturna sobre
Afganistán. Cada una cuesta alrededor de un dólar y medio y viene con
un instructivo en perfecto inglés. Lo tiró sobre un país cuya población
con necesidades alimenticias urgentes es calculada por la ONU en 8 millones
de habitantes. En un país, donde hay 10 millones de minas terrestres.
¿Cuánta gente va a morir en esos campos de minas no mapeados, tratando
de recuperar el maná estadounidense que entre mísiles cruceros y bombas
guiadas les cae del cielo? ¿Y como compara este gasto "humanitario"
por la población afgana con los costos de la primera noche de ataques
aéreos que, en un cálculo conservador alcanzan alrededor de quinientos
millones de dólares?
Habría que decir mucho más sobre la avalancha de las mentiras occidentales,
incluyendo aquella de la "guerra religiosa" (Alain Touraine) y del "nihilismo
apocalíptico" (profesor de Harvard) que supuestamente motiva a los terroristas.
Pero por suerte, una parte considerable de la prensa y de los intelectuales
latinoamericanos han sabido mantener su independencia frente a la incesante
propaganda del Grupo G-7, que disparan las ametralladoras televisivas
de la CNN y demás transnacionales de adoctrinación del Primer Mundo,
hecho que facilita penetrar la teología política de los ayatolahs occidentales
para llegar a la verdad. Y es esta verdad que nos hace libres.