El Che

Divagación de Carlos Giordano al recordar una canción militante escuchada con enorme respeto y profunda admiración.

Siempre pensé que yo no podría ser como el Che.

Que la cosa, estaba seguro, pasaba por algo más que los deseos, que las circunstancias, que los pósters, que las consignas, que la firme convicción, que la cuna protegida, que la oportunidad, que la enfermedad, que la inteligencia, que la decisión inconmensurable, que la ocasión de la partida, que la intransigencia, que el desapego a los calores, que el amor profundo a todos (así, sin temor a las totalizaciones).

La boina calada, la barba rala, el uniforme pobre o el lustroso de comandante, el maquillaje del incursor, el cuerpo robusto sentado al volante de un tractor mítico, la mirada de la foto del siglo, todo, no alcanzó para mí. Yo no sería como el Che.

Nunca fue argentino. Y muchos como yo, sí. Él fue tan cubano como el más amable de los contemporáneos. A mí me paraliza el dolor.

Los cantores no cantarán proezas épicas de este pueblerino, y el Che está lleno de sones. Casi demasiados. O por lo menos más de los que él mismo permitiría. Aunque en realidad, nunca nadie le llegaría a escribir más de lo que permiten los límites precisos de una hoja de carta, o un papelito garabateado de talonario, con órdenes de municiones o vericuetos de la logística, estando él vivo.

El Che símbolo no es más que otro fulgor perdido. Aunque tan cierto, para la Patria, como un escudo lleno de inconducciones llamadas gorros frigios, unidad nacional, moharra y tahalí, laureles de victoria y una mujer que nunca tuvo otra oportunidad que parir hijos para guerras que no ganó, como un pedazo de tela fruncida que en la infancia nos pegaban en el pecho sin decirnos más que "escarapela" (que a los oídos niños nos sonaba a "pelela", ridiculizando un sentido extraño, ajeno). El Che, tan cierto para algunos, como telas y dibujos para otros.

Yo nunca seré como el Che. No seré estampita, póster. No seré soldado, ni médico, ni asmático, ni guerrillero, ni cubano, ni muerto heroico, ni angoleño, ni vietnamita. Ni brillante en Punta del Este.

Aunque he tenido y quizás tenga la oportunidad, como cualquiera de nosotros, de escucharlo y sentir orgullo, emocionarme y que me nazcan de repente unas ganas de respetar a los demás desafiándolos, con confianza en su inteligencia, en su saber profundo. Hechos imágenes y discursos. Símbolos de una patria que no está más allá de extraños momentos colectivos. Y que todos añoramos con esa mezcla de deseo y decepción.

Como al Che.

 

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