Omelette
de moras
Walter
Benjamin
Había una vez un rey que llamaba suyo todo el poder y suyos todos los
tesoros de la tierra pero a pesar de ello no se alegraba sino que año
a año aumentaba su melancolía. Entonces hizo venir un día a su cocinero
de cabecera y le dijo: "Me has servido fielmente durante mucho tiempo
y has provisto mi mesa de los platos más exquisitos y yo te tengo afecto.
Pero ahora solicito una última prueba de tu arte. Quiero que me prepares
una omelette de moras como la saboreé hace cincuenta años en mi más
tierna juventud. En ese entonces mi padre estaba en guerra con su terrible
vecino oriental. Éste lo había vencido y teníamos que huir. Y así huímos
día y noche, mi padre y yo, hasta que llegamos a un bosque oscuro. Lo
atravesamos, perdidos, y estábamos por sucumbir de hambre y de agotamiento
cuando de pronto encontramos una cabaña. Allí vivía una viejecita que
nos invitó amablemente a pasar y descansar
mientras
ella se puso a trabajar frente al horno y no pasó mucho tiempo hasta
que nos puso delante la omelette de moras. Ni bien había comido el primer
bocado me sentí maravillosamente consolado y brotaron nuevas esperanzas
en mi corazón. En ese entonces yo era apenas un niño y por muchos años
no volví a pensar en el bienestar que me había provocado esa exquisita
comida. Pero cuando después la hice buscar en todo mi reino no pude
encontrar ni a la viejecita ni a nadie que hubiera sabido preparar la
omelette de moras. Si tú puedes cumplir con éste, mi último deseo, serás
mi yerno y heredarás mi reino. Pero si no logras satisfacer mi deseo,
deberás morir". A lo que el cocinero respondió: "Señor, entonces buscad
de inmediato al verdugo. Porque por cierto conozco el secreto de la
omelette de moras y sus ingredientes, desde el simple berro hasta el
noble tomillo. Bien conozco las frases que hay que decir al revolver
y cómo el batidor de madera de boj debe girarse siempre hacia la derecha
para que no nos quite la recompensa a todos nuestros esfuerzos. Sin
embargo, oh rey, deberé morir. Sin embargo, no te agradará la omelette.
Porque, ¿cómo habría de condimentarla con todo aquello que saboreaste
en ella aquella vez?: el peligro de la batalla y la sensación de acecho
que tiene el perseguido, el calor del horno y la dulzura del descanso,
la presencia ajena y el futuro oscuro". Así habló el cocinero. Pero
el rey calló un rato y se dice que poco después llenó de regalos al
cocinero y lo hizo partir.